El niño y el faro
23 Oct 2024Cuando de niño me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía: farero.
«¿Pero cómo puede un niño tener un sueño así?», replicaba la gente. Un trabajo tan duro, marginado, con largos inviernos y desconectado de cualquier posible interacción humana. «¿Y qué tipo de talento podría desarrollar con semejante empleo?», insistían.
Qué palabra tan extraña, «talento», pensé. Sólo años después descubrí la maravillosa metamorfosis que ha sufrido el significado de este término a lo largo de la historia. De una unidad de peso, a una antigua moneda en uso en Grecia, y luego a la capacidad de una persona. Aquí, mi talento iba a ser la capacidad de cuidar de un lugar aislado, casi olvidado por algunos, de servir de guía a los que vienen de lejos y de darle un día, por qué no, una nueva forma. Y para ello, según mi maquiavélico razonamiento, necesitaba estar en contacto permanente con el mar.
Con el paso de los años (me atrevería a decir que afortunadamente), la vida me sacó de esa metafórica fortaleza de muros salinos y me llevó al mundo exterior que me esperaba, siempre con el bolígrafo en la mano y reservando un espacio para la creatividad en todo momento. Pero aún así decidí que me dejaría atravesar por la humanidad y por mí mismo cada día, dispuesto a dejarme sorprender y cuestionar.
Así que viajé, me ensucié las manos, me enamoré, conocí personalidades parecidas a la mía pero también personajes que nada tenían que ver con mi guión. Hice trabajos que me apasionaban y otros sólo para permitirme perseguir los sueños que alimentaba. Cometí errores y empecé de cero, del mismo modo que conseguí la combinación adecuada y me inspiré.
Pero ¿cuál ha sido el hilo conductor de todas estas transiciones? Ser testigo. De la gente que me rodea, de mí mismo, de los desconocidos.
La relevancia de las experiencias que vivimos y lo que creemos que puede tener un impacto en la sociedad pierden significativamente su valor si no se transmiten.
Para que otros las reconozcan, para formar una comunidad, para suscitar un debate, o simplemente por el placer de escuchar, hay que sacarlas a la luz de alguna manera, compartirlas.
Fue así como me di cuenta de que el faro en el que situaba mis sueños de infancia, el lugar íntimo y aislado que guardaba celosamente pero que esperaba atrajera a nuevos aventureros, no era otro que mi corazón.
Y hoy, en los albores de este nuevo comienzo, el talento a desplegar es claro: apuntar siempre la luz hacia el horizonte sin dejar que se apague.