Kit de bienvenida
19 Feb 2024Era la primera vez en mi vida que recibía un kit de bienvenida. Nunca antes nadie me había dado el clásico botella-taza-ordenador. Quizá una palmada en la espalda, como mucho una bolsa de tela o un bolígrafo. Y cuando hablo del kit de bienvenida no me refiero a esos tres objetos solamente. Sentado en la mesa de madera, despegué el papel protector de la pantalla nueva y sentí un enorme placer en la parte trasera de la cabeza, donde el cerebro siente las cosas bonitas. Por la ventana de la que sería mi nueva oficina se coló el griterío del patio de un colegio. Miré el reloj: las once en punto. Era la hora del recreo.
Me acordé entonces de Puyol, el Calvo, Pablito, Manu, Toni, Jorge y aquellas finales infernales de fútbol y patadas, o patadas y fútbol mejor, contra los mayores de sexto curso. Me acordé de Malavé, jugador estratosférico de balón pegado al pie y carrera endiablada, de Marcos y sus ochenta kilos con hombros como castillos y empujones por doquier. De Berni y su risa inquisidora, de Víctor que hace tiempo que se fue y su mirada noble. Me acordé de esperar a que aquel reloj grande encima de la pizarra diera las once en punto para salir a correr y patear, marcar un gol, o dos, y sentir que no había nada más allá de aquellas porterías sin red, ni aquel asfalto rojo. Que las matemáticas solo servían para contar goles y la lengua para gritar y hacer burlas a los rivales. Me acordé también de crecer y olvidarnos del fútbol. Conocer a las chicas. Ana, Irene, Marta, Manuela, Julia, Elena. Jugar a rescate y la botella hasta la extenuación, enamorarnos, reírnos, ser amigos, salir los fines de semana, el instituto, las primeras fiestas, las primeras caladas, los besos, los enfados, los viajes. Todo eso vendría más tarde, pero empezó en aquel patio de recreo que ahora escuchaba de nuevo a lo lejos.
Hoy, en mi primer día de trabajo, recuerdo con cariño las primeras veces de muchas cosas. Es curioso que nuestro cerebro y la parte de atrás donde reposan las cosas bonitas, guarde tan bien las primeras veces y no tanto las últimas. Hoy las once en punto ya no significan nada diferente para mi. La hora del segundo café quizá, la hora que marca la media mañana. No recuerdo mi último recreo, ni mi último día de clase. No recuerdo mi último día de trabajo en muchos de los sitios en los que he estado, ni la última fiesta, ni la última vez que jugué a rescate o vi a Puyol, al Calvo, o a Víctor que ya no está. Lo que si que recordaré será este kit de bienvenida y lo que sentí en mi primer día aquí sentado.